- Reciben el reconocimiento algunos nombres particulares y las monitoras de las Escuelas talleres de la Fedac y de la Asociación de Caladoras de Ingenio
- El presidente de la Institución insular destaca la importancia de la labor de investigación, recogiendo todos los puntos de calado que llegaban a las escuelas
El Cabildo de Gran Canaria ha querido hoy rendir homenaje, en un acto celebrado en el recinto ferial de Infecar y presentado a golpe de verso por Yeray Rodríguez, a las artesanas que durante años, formando parte de instituciones públicas, de asociaciones o colectivos, o a nivel particular “han logrado que los conocimientos y saberes asociados al oficio artesano más internacional de Canarias, el calado, no se haya perdido y que se siga ejerciendo hoy en día gracias a una labor activa de formación, de difusión y de investigación, recogiendo todos aquellos puntos de calado que llegaban a sus escuelas”, en palabras del presidente de la Institución insular, Antonio Morales.
En este sentido, el presidente quiso “agradecer su tenacidad incansable, su apuesta por seguir trabajando más allá de la viabilidad económica, permitiendo que hoy en día sea posible conocer y aprender estos oficios. Las artesanas son las protagonistas y portadoras de un legado secular”, aseguró.
Concretamente, las artesanas homenajeadas han sido las responsables y monitoras de calado de las escuelas talleres de la Fedac (antigua sección femenina), como María del Carmen Felipe Moreno, (Mely), de 83 años y Candelaria Moreno Falcón (Laly), de 73 años, ambas de Moya; Juana Antonia Suárez Rodríguez, de la Escuela Taller de San Bartolomé de Tirajana, con 68 años; Ángela Quesada Montesdeoca, de 70 años y de Gáldar y Ámparo Sánchez Medina, de Ingenio, 63 años.
También, la Asociación de Caladoras de Ingenio, “por su apuesta desde hace más de veinte años por divulgar el oficio del calado y aportar nuevos giros que devuelvan esta técnica a la actualidad”, en cuyo nombre recogió el reconocimiento la presidenta Candelaria Martín González de 71 años. Y a nivel particular, Blanca Rosa Sosa Martín, caladora y monitora de calado de la Universidad Popular de Las Palmas de Gran Canaria, de 78 años y Nicolasa Alemán Sosa, artesana caladora de Ingenio, de 79 años.
El oficio, que estuvo a punto de desaparecer, no lo hizo gracias a la labor incansable de estas mujeres y, como comentó la consejera de Industria, Minerva Alonso, hoy cuenta con el apoyo de la institución insular a través de la Fedac, que ha creado el registro de marcas ‘Moda Calada’ y organiza anualmente un desfile de Moda Calada, entre otras iniciativas. “Nuestro objetivo es apoyar a las artesanas para que su saber, que es patrimonio cultural de nuestro pueblo, llegue a las generaciones más jóvenes, porque conocer nuestra historia, valorar nuestras riquezas, nos permitirá contar con generaciones formadas y con criterio para cuidar su entorno y su cultura”, declaró Alonso.
El oficio más internacional: el calado
Una de las manufacturas más conocidas y promocionadas en los últimos años en Canarias ha sido la de los calados. El calado era una actividad estrictamente familiar, pero a finales del siglo XIX las casas comerciales inglesas y los comerciantes indios, instalados en Canarias, organizaron su explotación, siguiendo el modelo madeirense.
En 1901 se abrió la primera casa exportadora de calados y bordados en el Puerto de la Cruz, Tenerife, y en sus inicios contó con 300 caladoras. Este modelo se trasladó al resto de las islas llegando a instalarse más de diez casas exportadoras que enviaban sus mercancías a Europa y Norteamérica, lo que supuso una importante ocupación de mano de obra femenina, particularmente en zonas rurales. El principal centro receptor era Londres, que también tenía el monopolio del suministro de telas e hilos a las caladoras canarias. En estos momentos se crean modelos y dibujos que han perdurado hasta nuestros días.
En 1918 comienza la competencia extranjera, escocesa y japonesa que, al copiar las técnicas y modelos, confeccionarlos y exportarlos a Canarias y desde allí ser vendidos como producción autóctona, provocaron una caída en las ventas canarias y en el número de caladoras. Frente a ello, las caladoras y sus familiares intentaron gestionar la comercialización, desarrollándose la figura del repartidor, que suelen ser hombres, empresarios que organizan la producción, invierten el dinero en materiales (telas e hilos) y lo reparten entre las caladoras. Las sub-repartidoras o pequeñas repartidoras son mujeres caladoras, con suficiente iniciativa para comercializar directamente sus productos y el de sus productos y el de sus conocidas, pero con poco capital para invertir en materiales y por ello suelen trabajar para ‘los grandes’. Una caladora trabaja para varios repartidores asegurándose unas ventas estables.
Durante los periodos que duraron las dos guerras mundiales, hubo un retroceso en la producción y sólo se calaba por encargo. A finales de la Primera Guerra Mundial resurgió la exportación de calados, concretamente a Cuba y Argentina.
Entre las características que diferencian el calado y el bordado, destaca el haber pasado de ser una actividad desarrollada como entretenimiento femenino a adquirir rasgos de pequeñas industrias manufactureras; el lugar de trabajo es el propio domicilio de la trabajadora aunque el aprendizaje se hace en talleres y es a destajo, ya que se recibe una retribución económica a cambio de piezas terminadas. Además, las trabajadoras carecen de cobertura laboral o social y las herramientas de trabajo son mínimas y corren por cuenta de las trabajadoras, las materias primas las pone la empresa. Por último, la relación laboral y los encargos, por mediación de un intermediario son siempre verbales.
El calado en Gran Canaria
En Gran Canaria, los pueblos en donde se concentran el mayor número de caladoras son Ingenio y Agüimes. Las materias primas que se usan son la batista de algodón y la tela de hilo (lino). Los colores de la tela suelen ser en tonos pasteles: blanco, crudo, rosa, celeste, amarillo y verde. El hilo que da forma a los dibujos es blanco.
Las herramientas necesarias son: un bastidor de madera con sus burras, agujas de bordar y tijeras; los puntos que se utilizan reciben diferentes nombres según la forma y la zona donde se realizan el trabajo. Las partes decoradas de las piezas caladas son los bordes y el centro, se aplican principalmente en pañuelos, mantelería, juego de cama, toallas, cubiertas de sobremesa, etc.