Tienen 85 años, menos Natividad de la Cruz, que tiene casi 90, pero como estar “mano sobre mano” mata, los cuatro siguen en activo, enamorados de su oficio artesano y transmitiendo sus ancestrales conocimientos a las nuevas generaciones para que no se pierdan, no en vano “es una herencia del pasado que tiene futuro”, les prometió en su homenaje el presidente del Cabildo de Gran Canaria, Antonio Morales.
Entrañables y atrevidos, hicieron reír y casi llorar al público con sus vivencias y sabiduría en el vídeo de su día a día, el que más o el que menos recibió una punzada con una inesperada enseñanza. Y es que nacidos en la década de los 20 y 30 del siglo pasado, así no supieran leer o escribir, atesoran una filosofía de vida que solo los años tallan.
Han recorrido los pueblos de la Isla a pie, Antonio Yánez hasta “principió” amistad con la reina Fabiola, y en común tienen que sus manos han sido las protagonistas de su vida y de la velada que les ofreció el Cabildo, cuyo presidente les agradeció que con ellas “conviertan lo cotidiano en mágico”.
“Tienen miedo de que otros no recojan el testigo, fueron niños que aprendieron mirando, un aprendizaje basado en el respeto a los mayores”, manifestó Morales.
Y además, prosiguió, son depositarios de lo que la Unesco denomina patrimonio cultural intangible, cuya salvaguarda depende de la voluntad de quienes lo atesoran, y vaya si tienen voluntad, pues camino de los 90 continúan enseñando a decenas de alumnos que no se perdieron este homenaje preparado desde la Fedac con enorme entrega, desveló la consejera de Artesanía, Minerva Alonso.
¡Qué bien estás Nati!
Natividad de la Cruz, que tras peinarse y ponerse crema, se mira al espejo y se dice “qué bien estás Nati”, contó a través del vídeo que de pequeña ni siquiera le gustaba bordar, pero poco a poco apreció que aquella labor formaba parte de sus raíces y se le despertó el gusanillo.
Sus trabajos destacan por una profusión de puntos entre los que no falta “chillú”, procedente de Francia a través de Portugal, muy demandado por las señoras de las casas más ricas de la capital, de Cuba y del sur, donde se los quitaban de las manos.
El trabajo la estimula, se nota cuando mira y admira sus trabajos en busca de algún toque final que lo haga más perfecto. Y por eso es tan querida. Por eso, por su coquetería y por lo que le gusta estar con la gente, sobre todo sus alumnas, que no pararon de hacerse fotos con ella.
Antonio Yánez -Aurelio por la iglesia y “Yoyo” para el médico-, arrancó las carcajadas del público con sus ocurrencias, y alguna lágrima también cuando compartió, antes de que se le olvidara, la poesía que declama cada noche desde que enviudó. Este latonero de Teror pasó “mucha fatiguita, mucha hambre”, pero garantizó que “el trabajo no mata”.
Rememoró los caminos que recorrió buscando trabajos con los que vivir, ya fuera arreglar cacharros, añadir fondos o asas a utensilios caseros, o hacer alguna “lola”, es decir, escupideras. Entre medias, muchas profesiones: panadero, pastelero y fueguista, “porque hacía voladores a la escondía”.
Eusebio Ojeda, cestero que trabaja la caña, el píngano y el mimbre, comenzó al abrigo de las enseñanzas de su padre, de quien aprendió mucho, pero no todo, porque su espíritu innovador le llevó a inventar y remediar muchos entuertos en su día a día.
Recuerda que todo lo que hacía lo vendía, “no daba avío” de tantos productos que tenía que hacer tras su jornada laboral en la construcción. Además, la artesanía es “como una novia nueva, que gusta mucho”.
La niñez de Juan Ramírez, último cestero de junto de Gran Canaria, transcurrió marcada por una pasión por la artesanía que fue alentada por sus maestros, quienes se entusiasmaban al ver sus aperos de labranza y cestos, lo que le animó a especializarse en las fibras vegetales: el junco, la anea, la paja de centeno y el lino.
Las horas pasan sin que las aprecie, centrado e inspirado en la labor que le ocupa hasta olvidar incluso el momento de la comida, sin prisas, ni relojes que marquen los minutos destinados a una profesión que es parte de la historia de su tierra. Y así por muchos años.
Y si volvieran a nacer, confesaron, haría lo mismo pero dedicándole más horas. También que les parecía divertido que les homenajearan por algo que les encanta hacer y que temen que su legado se pierda. Pero para Antonio, que volvió a hacer reír a su ya rendido público, hay esperanza: “si me van a hacer un homenaje es porque esto cambió”.